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Maradona, un dios pagano

A dos meses de la segunda muerte de Diego Armando Maradona —es decir, de la muerte real o física; ya que su muerte simbólica, en términos lacanianos, acaeció, en mi opinión, muchísimo antes: tras el doping en el Mundial de EE. UU. 1994, cuando, en palabras del futbolista, le «cortaron las piernas»—, me gustaría ensayar una segunda nota necrológica, en diálogo con las públicas manifestaciones de admiración, comprensión y afecto que reiteradamente hiciera Eduardo Galeano sobre el astro argentino.


Sin duda, una de las más célebres reivindicaciones sobre el Diez está en el libro Cerrado por Fútbol (Siglo XXI de España Editores, 2017). En el capítulo que lleva por título «La magia imperdonable» (artículo publicado originalmente en Brecha, Montevideo, julio de 1994, pág. 12), Galeano argumenta que, en el Mundial de EE. UU., la máquina del poder (léase: FIFA, la multinacional del fútbol), que se la tenía jurada por cantarle sus cuarentas, le hizo el ajuste de cuentas, debido a que «Maradona viene cometiendo desde hace años el pecado de ser el mejor, el delito de denunciar a viva voz las cosas que el poder manda a callar y el crimen de jugar con la zurda, lo cual, según el Pequeño Larousse Ilustrado, significa “con la izquierda” y también significa “al contrario de como se debe hacer”».

 

En otro fragmento, el autor recuerda que lo mismo ocurrió, más tarde, en Buenos Aires, con una detención en vivo y en directo, para deleite de quienes disfrutaron el espectáculo del rey desnudo. «El mesías convocado para redimir la humillación de los italianos del sur había sido también el vengador de la derrota argentina en la guerra de las Malvinas, mediante un gol tramposo y otro fabuloso, que dejó a los ingleses girando como trompos por algunos años». Y sin embargo, «a la hora de la caída Maradona no fue más que un farsante pichicatero y putañero, que había traicionado a los niños y había deshonrado el deporte» (…). Y lo dieron por muerto».

Efectivamente, Galeano describe a Maradona en los términos de un mesías, una divinidad, «un hombre que lleva mucho tiempo trabajando de Dios en los estadios», una idea que desarrolla también en un segmento del programa Los días de Galeano, producción de Tranquilo Tv, y que se puede ver en YouTube.

 

En aquel memorable video, luego de comentar sus mayores hazañas dentro y fuera del campo deportivo, Galeano sostiene que Maradona se había convertido en una suerte de Dios sucio, el más humano de los dioses; lo que explicaba quizá la veneración universal que conquistó. «Un Dios sucio que se nos parece —subraya—: mujeriego, parlanchín, borrachín, tragón, irresponsable, mentiroso, fanfarrón». Acto seguido, observa con singular perspicacia que lamentablemente «los dioses, por muy humanos que sean, no se jubilan», y después del adiós a las canchas, Maradona no pudo volver a la anónima multitud de la que provenía, pues la «exitoína es una droga muchísimo más devastadora que la cocaína, aunque no la delatan los análisis de sangre ni de orina».

 

Ahora bien, aunque no lo explicite el escritor uruguayo —sin duda, un deambulador perdurable que, como decía Azorín de Cervantes en Modernos y clásicos, tenía el alma abierta a todas las comprensiones—, Maradona se parecía, en consecuencia, y sobre todo, a los dioses del Olimpo (Zeus, el mujeriego; Dionisio, el borrachín; etc.); divinidades que, aunque inmortales, eran más bien concretas y demasiado humanas. Asimismo, y dado su indiscutible arraigo popular, tanto en el «sur oscuro» de Italia despreciado por el «norte blanco», cuanto en los amplios sectores de clase trabajadora de su país y el mundo, Maradona es, en toda ley, un dios pagano, si tenemos en cuenta que «pagano» viene del latín tardío pagānus: «aldeano», que deriva a su vez de pagus: «aldea, pago», por alusión a la resistencia del medio rural de Roma a la cristianización (DRAE).

 

Por ello, es comprensible que a algunas personas que nacieron en el seno del cristianismo, el judaísmo y el islam —tres grandes religiones monoteístas que llaman paganos a quienes adoran a dioses que, desde su perspectiva, se consideran falsos— les cueste tanto admirar, comprender y/o amar, sin antes juzgar, a los «ídolos» y «celebridades» contemporáneos que, como Maradona, no hacen sino reproducir ad infinitum arquetipos o imágenes arcaicas de lo inconsciente colectivo.

 

De cualquier modo, como dije en la nota necrológica anterior publicada en este diario, no cabe ninguna duda de que el sentimiento de gratitud por las alegrías que le dio Maradona a su pueblo es unánime; un sentimiento que tal vez pueda expresarse mejor mediante aquella frase retórica, anónima y popular que leí en una pancarta colgada por ciertos chicos en la fachada de la Casa Rosada el 25 de noviembre de 2020, que, mutatis mutandis, puede volver a escribirse de la siguiente manera: «No te recordaremos por lo que hiciste con tu vida, sino por lo que hiciste con las nuestras»

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