El viernes 16 de noviembre de 2018 presentamos a partir de las 20:30 h —lo recuerdo como si hubiera sido ayer— Ese límpido fuego misterioso. Antología del Taller de Escritura Creativa (Córdoba: Tinta Libre Ediciones, 2018), en la Sala Bicentenario del Mercado de las Artes «Jorge Luis Borges». El prestigioso lugar estuvo colmado de gente, algunas personas nos acompañaron desde las calles Brandsen y Lamadrid, la Escuela de Música Municipal se hizo presente al comienzo de la ceremonia, y no faltaron a la cita ni los medios que cubrieron cada detalle del evento: la alocución del director de Cultura, las palabras de una destacada participante del taller, mi discurso que era también el prólogo de la antología, la entrega de diplomas y lotes de libros a cada escritora, el brindis de honor. Y a mí me sorprende aún hoy en día —pandemia por medio, lo confieso— que la presentación de un libro de poesía, fruto del talento individual y del esfuerzo colectivo, haya concitado tal expectación en Coronel Suárez, una ciudad del interior de la Provincia de Buenos Aires, con menos de 30 mil habitantes.
A continuación, me gustaría citar parcialmente el discurso de presentación que pronuncié esa noche —sin duda, un memorable día para la poesía en nuestra comunidad—, con el fin de brindar una de las escasas hipótesis que manejo para explicar el hecho de que la poesía haya conseguido aglomerar en una sala —cuando en el mundo aún se podían hacer esas cosas, sin poner en riesgo la salud pública— a un nutrido y entusiasta grupo de personas en torno a ese límpido fuego misterioso que ardía incesante —tal cual, en las sesiones del taller— desde el inicio de la reunión. En fin, mi intervención discurría más o menos así:
En los tiempos que corren un taller de esta índole puede parecerle a una gran parte de la comunidad, subyugada por los conglomerados mediáticos de la sociedad de consumo, una actividad «improductiva» y la escritura de textos creativos un oficio inútil, puesto que la poesía —en el sentido más amplio que le daban los griegos a la palabra poíēsis (‘creación’, ‘producción’)— es reacia a convertirse en mercancía.
Y sin embargo, la poesía persiste en el mundo contemporáneo cautivando, emocionando y conmoviendo a sucesivas generaciones, con ese arcaico y mágico poder por el cual en los tiempos antiguos —como apunta Nietzsche en la Gaya Ciencia— no solo se la consideraba de gran utilidad («una utilidad supersticiosa, desde que se permitió que en el discurso penetrara el ritmo, esa violencia que renueva el orden de todos los átomos de la frase, impone elegir palabras y pinta los pensamientos con colores nuevos, haciéndolos más sombríos, más extraños, más lejanos»), sino que, además, se creía que podía inculcar más profundamente en los dioses, gracias al ritmo, una simpatía hacia los hombres.
El ritmo —continúa el autor de Así habló Zaratustra— es una coacción, genera un ansia irresistible de ceder, de colocarse al unísono, y no solo con los pies sino también con el alma. En aquel entonces, se llegó a pensar que también con el alma de los dioses ocurría lo mismo. Por ello se intentó sujetarlos mediante el ritmo, ejerciendo fuerza sobre ellos, arrojando alrededor de sus cuellos la poesía como un mágico nudo corredizo. En consecuencia —concluye Nietzsche—, «parece que la forma original de la poesía fue el encantamiento y el conjuro mágico».
En tal sentido, esperamos que la antología que he tenido el placer de coordinar al cierre del taller sea, pues, mágica y encantadora y subyugante para usted, mi distraído(a) y cómplice lector(a).
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