Según Teun Van Dijk, en «La pragmática de la comunicación literaria» (1987), la literatura pertenece a un tipo de actos verbales «rituales» al que también pertenecen discursos diarios tales como los chistes o las anécdotas. Un acto de habla ritual implica la intención de cambiar la actitud del oyente con respecto al enunciado en sí, especialmente sus actitudes «valorativas». En el chiste, en la anécdota o en un texto literario, no es necesario que se satisfagan determinadas condiciones de verdad: los referentes discursivos pueden ser ficticios, aunque los acontecimientos puedan ser históricos o verosímiles. En consecuencia, las propiedades más específicamente «literarias» —infiere Van Dijk— se localizan no tanto en el texto como en el contexto social e institucional. Esta posición, que parte de la pragmática (disciplina cuyo objeto de estudio es el uso del lenguaje en contexto), supera las concepciones esencialistas de la literatura que la definen como el arte de la expresión verbal, desde Aristóteles hasta el Diccionario de la lengua española.
En extenso, las condiciones de propiedad de los actos de habla rituales, como es la literatura, se dan en términos del deseado cambio de actitud del receptor en relación con el enunciado en sí («apreciación»); mientras que la «aceptación» efectiva de la literatura debería buscarse fuera del contexto pragmático; a saber, en sistemas de normas y valores (estéticos) social, histórica y culturalmente determinados.
Ahora bien, dado que una institución literaria (academias, críticos, editoriales, revistas, ferias de libros) se define también por normas y valores, se puede afirmar que existen asimismo condiciones que pertenecen a la estructura del propio enunciado (como en cualquier otro acto de habla). Por ello, pese al consenso social e institucional, no cualquier libro pasa por obra literaria; hay condiciones estructurales que deben observarse en el nivel de los géneros discursivos, que son, según la definición clásica de Mijaíl Bajtín, «tipos relativamente estables de enunciados» elaborados por cada esfera del uso de la lengua.
Desde la perspectiva pragmática, la literatura pertenece pues al mismo tipo de acto de habla que bromas, adivinanzas, proverbios. Las diferencias entre estos tipos de comunicación no son tanto pragmáticas como sociales: la literatura ha sido institucionalizada; se publica, los autores gozan de un estatus específico, es reseñada en revistas y diarios, tiene lugar en los textos escolares, es discutida, analizada, etc.
Comprender las consecuencias de este enfoque, es de gran relevancia para replantear el rol de la literatura en una sociedad capitalista que concibe el arte como una mercancía más, un producto relegado al puro entretenimiento, el prestigio, la inversión, la decoración. Así, aunque se incluye en el mismo tipo de acto verbal que el chiste o la anécdota, la literatura tiene a diferencia de aquellos funciones institucionales, y puede tener también funciones pragmáticas «prácticas» adicionales; por ejemplo, puede ser tomada como una aserción, una advertencia, una felicitación, un elogio, una crítica, una denuncia, una defensa, un consejo, una petición, dependiendo tanto del significado del texto como de la estructura del contexto (intenciones, interpretaciones de los lectores, etc.).
Este fenómeno puede explicarse en relación con la noción de acto de habla indirecto acuñada por John Searle.
Un acto de habla indirecto es un caso en que el significado literal del enunciado no coincide con su fuerza ilocutiva o la intención del hablante, como ocurre ante un enunciado del tipo: «Disculpe, ¿tiene un encendedor?», donde bajo la pregunta se esconde una intención de petición. Si se respondiera literalmente a este enunciado, la respuesta podría ser un «Sí, tengo». Sin embargo, al preguntar, lo que esperamos es que el interlocutor nos preste su encendedor para prender un cigarrillo.
En tal sentido, un poema como el Martín Fierro puede describir la vida del gaucho del siglo XIX y actuar de manera indirecta como una denuncia sobre su condición social, con el fin de crear —en palabras de María Teresa Gramuglio y Beatriz Sarlo— un nuevo tipo de conciencia no solo sobre las desdichas del gaucho (sujeto marginal, perseguido por los sectores más poderosos de la sociedad), sino más globalmente sobre lo rural. En la época de su publicación (ida, 1872; vuelta, 1879), la denuncia indirecta del poema de Luis Hernández llegó a ser su función más importante.
En otros casos, un texto literario puede ser pragmáticamente ambiguo; es decir, se le pueden asignar tanto una función literaria o ritual como una función práctica.
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